Siguiendo con la
retrospectiva de este espacio de reflexión, quisiera compartir algunas otras
cosas que me removieron la mente y el alma. Todas ellas se han convertido en
aprendizajes que nutren a diario la relación con mi hijo. De igual forma, he
encontrado que muchas de estas herramientas me permiten una relación más
cercana y empática con mi pareja, mis padres, hermanos y amigos.
Para comenzar, tengo
que decir que la Comunicación No Violenta (Comunicación No violenta-Artículo Yvonne Laborda y La Gran Guía de la Educación Infantil - Invitada: Pilar de La Torre) ha sido todo un
descubrimiento! Hablar con el otro desde lo que me pasa a mí cuando esa persona
dice o hace esto o aquello, es liberador. Yo hablo de lo que siento, sin críticas
y el otro como no se siente atacado, escucha tranquilo y abierto y a mí me
permite empatizar con más facilidad. Por ejemplo, a la hora de compartir con
familiares y amigos nuestra decisión de educar sin cole, esta postura me ha
permitido acoger sus comentarios con una actitud tranquila y empática. Entender
que lo hacen desde su interés genuino por el bienestar de nuestro hijo, que
probablemente no cuentan con información sobre dicha alternativa, que tal vez
nuestra elección a distanciarnos de lo que “normalmente” se hace, lo sientan
como una invitación a cuestionarse ciertas cosas, sin que así sea, y esto les
resulta incómodo, respetar que tal vez no tengan la necesidad de cuestionarse
esas cosas, darles tiempo para que asimilen nuestra decisión y se informen si
así lo desean. En realidad de lo que se trata es de compartir respetando al
otro, sin imponer. Esta manera de gestionar una situación conflictiva roba todo
el poder que pudiera tener la crítica y nos empodera totalmente a nosotros. Al
fin de cuentas, como decía Yvonne en una de sus intervenciones, “lo que me molesta de tu comportamiento, es
mi lectura del mismo, mi juicio sobre éste, no tu comportamiento en sí”.
A la hora de
interactuar con mi hijo, esta herramienta también ha sido clave en dos
aspectos: para CONECTAR emocionalmente con él y entender y enseñarle que
“detrás de todo comportamiento hay un motivo válido” (ojo, como Yvonne Laborda
muy acertadamente enfatizara, con eso no quiere decir que el comportamiento sea
adecuado, simplemente que detrás de éste hay una razón para que se produzca y
que para gestionarlo debemos identificar qué necesidad insatisfecha hay
detrás). Estos dos aspectos representan un par de puertas más que se abren, dos
oportunidades más para crecer, tanto mi hijo como yo.
Ahora bien, cuando se
rompe la conexión con nuestro hijo es como si habláramos dos lenguajes
totalmente diferentes, no hay entendimiento alguno. Es vital identificar,
entonces, de qué manera conectamos con él (con caricias, con juegos, qué tipo
de juegos, escuchándole, mirándole, paseando, etc…). De igual forma, debemos
identificar qué nos impide conectar con él o por qué se rompió esa conexión en
primer lugar. Por lo general, aquello que nos impide conectar es la existencia
de alguna necesidad no satisfecha nuestra. Para gestionar esta situación
debemos, primero hacernos cargo de nuestra necesidad no satisfecha para después
poder hacernos cargo de la de nuestro hijo. Cuando recuperamos la conexión con
él, todo fluye, la empatía y la reciprocidad en la relación se reestablece.
Cómo enseñarle a
nuestro hijo a gestionar situaciones de conflicto? Está claro que nuestro
ejemplo en la gestión de las mismas es determinante. Es lo más efectivo para
que sienta que lo que aprende tiene un sentido y es coherente con su realidad.
La forma como le tratemos será probablemente, la manera como trate a los demás.
Qué importante es validar a nuestro hijo en lo que siente aunque su
comportamiento no nos parezca el más adecuado. Su malestar tiene una razón de
ser, sus sentimientos son legítimos. Primero, démosle el reconocimiento que
merecen; luego expliquémosle cómo se puede estar sintiendo el otro con su comportamiento
(permitámosle empatizar) y por último enfoquémonos en buscar una solución
haciéndole partícipe de dicha búsqueda (son creativos y tienen recursos,
dejemos que los pongan en práctica…sin son muy pequeños no les subestimemos, al
menos, brindémosle la oportunidad de que lo intenten). Creo que situaciones como
estas son un buen momento para referirnos a los hechos en base a
comportamientos y no características del ser, las de nuestro hijo o las de otros.
Las etiquetas positivas o negativas, que nuestra mente adulta utiliza limitan
muchísimo la forma de actuar del niño y su percepción de sí mismo. Quisiera
rescatar una idea que compartió con nosotros Yvonne y me resonó por dentro: “El uso de estas etiquetas impide que
integremos las diferentes polaridades dentro de las cuales nos movemos”.
Qué acertado! Cuántos de nosotros no hemos tenido que luchar a lo largo de
nuestra vida con las expectativas que dichas etiquetas crean sobre nosotros
(somos extrovertidos, somos impacientes, somos impulsivos, somos generosos,
etc…), nuestra forma de actuar y de pensar? Expectativas que terminamos
fijándonos como propias y que distan mucho de serlo. Somos humanos,
imperfectos, con una posibilidad de acción infinita, actuemos en consecuencia y
permitamos que nuestros hijos tengan la oportunidad de florecer en cualquier dirección,
la que ellos decidan, que se descubran en su hermosa humanidad y se
sientan amados en ella.
Ahora bien, en el
caminar de nuestra tribu, se compartió un artículo de Casilda Rodrigañez “Poner límites o informar de los límites” (Artículo Casilda Rodrigañez) que me sacudió de
arriba abajo haciéndome tomar consciencia sobre la naturaleza de la relación
entre mi hijo y yo. Está claro que amo a mi hijo con toda mi alma, pero como
diría una de mis madres sabias: “querer a
un hijo no garantiza que se sienta querido”. Cuánta verdad en estas
palabras y qué maravillosa invitación a despertar, abrir los ojos e intentar
ponerme en los zapatos de mi hijo, cada vez que le digo o le pido que haga
algo. Como iba diciendo, está claro que le amo, pero desde qué lugar me relaciono con
él? Desde el poder? Desde la equidad? Soy justa en mi trato hacia él?. De qué
forma le pido las cosas? “Cuándo le pido
algo, soy consciente de qué es lo que le estoy pidiendo?” (Yvonne Laborda). Si me relaciono con mi hijo desde la prepotencia
adulta, como diría Casilda R., probablemente asuma que con su corta edad e inexperiencia, no sabe, no
entiende y no es capaz de desenvolverse en el mundo adulto. Por tal motivo, soy
yo quien debo decirle lo que tiene qué hacer y él limitarse a seguir mis
órdenes. Si por el contrario, me posiciono frente a mi hijo como mi igual (tal
vez un poco más pequeño en estatura), le dejo ser y me relaciono con él desde
el respeto; entonces, le considero como un ser capaz, lleno de recursos,
emociones y percepciones a quien debo darle la oportunidad de que se descubra
en este mundo adulto. Si le doy la libertad para que actúe, él podrá aprender a
gestionar sus emociones, a confiar en su intuición, a contrastar su percepción
del mundo, se sentirá validado y tenido en cuenta y cuando yo le pida que actúe
de la misma forma con alguien más, lo hará porque es coherente con su realidad,
porque sus padres lo habrán avalado con el ejemplo. Desde esta postura nosotros
como padres les informamos de los límites, aquellos límites que después
de una exhaustiva reflexión consideramos como imprescindibles (los que tienen
que ver con su seguridad y bienestar). Nos esforzamos para que no sean límites que nos hacen la vida más fácil
como adultos, con hijos “obedientes” que responden sin rechistar a todos los
“no” que arbitrariamente les imponemos. Como nuestros hijos son personitas que
razonan después de informarles sobre dichos límites, les explicamos la
importancia de los mismos para que de esta manera le encuentren un sentido
a aquello que les estamos pidiendo y que probablemente les signifique aplazar cierto impulso o deseo. Posteriormente validamos los
sentimientos que dicha situación les pueda causar. Podemos compartirles,
también, nuestros sentimientos, nuestra humanidad, porque no hay mejor
oportunidad para dejarles actuar desde la empatía. Cuando le pedimos algo que
sea posible negociar, hagámosle partícipe de esa solución. Probablemente cada
uno tendrá que ceder un poco. Si en ese momento no se le puede dar cabida a su
deseo, explicarle el por qué e intentar llegar a un acuerdo satisfactorio con
él. Nunca engañarle, ni intentar manipularle (con amenazas, premios o castigos)
desde nuestra posición de adultos. Si es indispensable que las cosas se hagan
de cierto modo en ese momento decírselo con claridad y pedir su colaboración.
Mi hijo tiene 3 años y no se imaginan la cantidad de veces que actuando de este
modo, me ha dejado con la boca abierta. Y lo primero que se me viene a la
cabeza son todas aquellas veces en las cuales le subestimé y no le di la oportunidad
de colaborar conmigo y actuar de forma tan empática. No digo que salte de alegría y aplauda cada
vez que no puede hacer algo que desea porque yo se lo pido, no lo hace,
protesta, refunfuña pero no se altera, simplemente escucha lo que tengo que
decirle, ante su molestia yo le valido y me comprometo con honestidad a
satisfacer su necesidad en cuanto pueda.
Por otro lado, quisiera compartir con
vosotros una de las frases contundentes que mencionó Yvonne en una de nuestras
reuniones de tribu: “Es más efectivo
enseñar principios que imponer reglas”. Lo primero se ofrece desde el
ejemplo y se cumple por coherencia, lo segundo se recibe desde el poder y se
lleva a cabo por temor a las consecuencias de su incumplimiento.
Finalmente, quisiera
mencionar un par de reflexiones más que se llevaron a cabo en los encuentros de
esta tribu. Dos temas que nos llenan de miedos y dudas cuando decidimos educar
sin cole: la organización del tiempo y la socialización de nuestros hijos.
En la organización del
tiempo es clave lo siguiente:
- Identificar mis
necesidades (como mujer, profesional, pareja, madre, etc…).
- Establecer prioridades
(los niños, las labores de casa, mis espacios en soledad, espacios con mi
pareja, con mis amigos, formación, etc…).
- Comunicar mis
necesidades (a mi pareja –en mi caso mi principal apoyo-, a mi hijo, etc…).
Pedir ayuda si lo considero necesario.
La socialización de
nuestros hijos, por su parte, no se da ni es importante sólo en la medida en que se relacionan
con otros niños. Como padres debemos procurar espacios en los que nuestro hijo
pueda interactuar con otros adultos y niños de diferentes edades, entornos y
realidades. Para nosotros como padres, la diversidad es estímulo y en esa
medida es nuestra intención fomentarla tanto como podamos. Educamos sin que
vaya al colegio, no dentro de casa y a
puerta cerrada. La educación de nuestro hijo se da en todo momento, en nuestros
viajes al supermercado, al banco, a la copistería, con los primos, los abuelos,
los tíos, en el parque, viajando, en la piscina, en la playa, etc…
Espero que estos dos
últimos artículos le hagan justicia a lo que el Mastermind ha representado para
mí en este camino y preparación para criar a mi hijo con consciencia y respeto.
Además de todo lo que os he compartido aquí, en términos de reflexiones y
aprendizajes, os puedo decir que la calidad humana y sabiduría del grupo de
madres que he conocido y con las cuales he tenido el placer de compartir
experiencias y sentimientos durante estos dos meses no tiene precio.
Este es mi homenaje a
vosotras, mi tribu de madres sabias, y a vuestro interés y compromiso profundo
por criar a vuestros hijos desde el respeto y la humanidad. Gracias!
Muchas gracias Lina! Lo he compartido en mi blog!
ResponderEliminarUn beso.
Gracias guapa, escribirlo me ha hecho resonar con cosas nuevas...qué curioso, es un proceso continuo. Un abrazo!
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