domingo, 4 de diciembre de 2011

La maternidad: una oportunidad para reconciliarse con el pasado



Esta oportunidad, de la que hablo, no es exclusividad de nosotras las mujeres, de hecho los hombres que eligen convertirse en padres también pueden llevar a cabo esta tarea. No es una cuestión de género, en realidad, es una cuestión de ganas. 

Mi compañero del alma y yo decidimos hace algunos años convertirnos en padres. Una decisión, fruto de numerosas conversaciones y soliloquios que hicieron emerger el pasado sin invitación alguna. Y es que convertirse en madre o padre para un individuo adulto que desea hacer de ello una elección consciente y madura significa re-encontrarse, de repente, con papá y mamá. Aunque queramos o no, fueron ellos nuestra primera y más importante escuela de valores y principios, de emociones, de normas, de vicios, la base sobre la cual nos hemos construido como personas (con nuestros recursos y limitaciones) y todo aquello que cuestionamos en pro de la educación de nuestros propios hijos. 

Es entonces cuando, inevitablemente, surge la pregunta clave capaz de paralizar cualquier reloj biológico: seré una buena madre o un buen padre? Teniendo en cuenta la trascendencia de una decisión como esta, la duda es esperable y en mi opinión, bastante saludable. Aunque en un primer momento parezca resultado de una dura crítica personal y el mejor motivo para renunciar a la descendencia, puede convertirse en una herramienta clave en nuestro quehacer como padres. En un primer momento, y acogida de forma positiva, esta inquietud es el punto de partida para revisar el legado que nuestros padres nos han dejado y aquello que deseamos o no transmitir a nuestros hijos. Es aquí cuando se nos mueven dentro una cantidad de sentimientos (gratitud, reproche, admiración, amor, ternura, dolor, etc) que aunque incomodan por cierto tiempo nos ayudan a entender que nuestros padres son o fueron seres humanos que nos dieron lo que sus recursos y limitaciones les permitieron darnos; que nos dieron lo que algún día recibieron y que nos privaron de aquello que nunca se les ofreció. Esta humanidad (mucho más fácil de asimilar cuando se es adulto) los acerca a nuestra propia condición, y es entonces cuando, al dejarnos conmover, nos volvemos lo suficientemente generosos como para aceptar con gratitud lo que hemos recibido y entender con humildad que podremos ser para nuestros hijos tan buenos padres como nuestra humanidad no lo permita. Damos paso, por tanto, a la reconciliación con el pasado, con nuestra historia. De este modo, sanamos nuestras heridas y sobre ellas nos re-inventamos desde el amor y la madurez convirtiéndonos en mejores seres humanos para nuestros hijos. 

Esta sana pregunta, nos permitirá estar alerta, atentos a nuestras limitaciones y constantemente motivados para trabajar en ellas y convertirlas en recursos que podamos ofrecer en nuestro quehacer como padres.

Deseo que algún día mi hijo logre verme tan humana como soy y me regale la dicha de seguir sintiéndome tan amada como hasta ahora.