CRIANDO Y EDUCANDO EN TRIBU
Criar y educar con consciencia no es tarea fácil. La
maternidad y la paternidad es una experiencia que nos remueve por dentro. El
vínculo con nuestros hijos despierta aquellas partes de nuestra historia que no
hemos integrado, con armonía, en nuestro ser. Esta relación materno y paterno
filial pone de manifiesto en nosotros, aquello que no está sanado, las heridas
de nuestro niño interior. Ese niño o
niña que tenemos frente a nosotros y que nos pide amor despierta a nuestro niño herido; un niño que hemos silenciado para poder “seguir adelante”.
Cuando se elige este camino de la crianza y educación
consciente, hacemos un compromiso implícito de mirar y escuchar a ese niño herido, de darle permiso para que
se exprese y sobre todo, de hacernos cargo de él y de sus emociones, nosotros
como adultos, y no nuestros hijos e hijas. Cuando no somos capaces de
identificar y reconocer las necesidades de nuestro niño interior corremos el peligro de proyectar dichas necesidades
en la relación con nuestros hijos. Dicho de otro modo, identificamos en
nuestros hijos e hijas necesidades que en realidad son nuestras.
Cuando como padres y madres damos desde la carencia no
reconocida, nos apresuramos en darles a nuestros hijos e hijas aquello que
nosotros no tuvimos como hijos y no lo que realmente ellos y ellas necesitan.
Cuando, como adultos que somos ahora, logramos reconocer y acoger las
necesidades de nuestro niño herido, entonces
nos es posible mirar de nuevo a nuestros hijos e hijas, sin que nos hagan de
espejo, y ver qué es lo que en realidad necesitan; y satisfacerlo. Durante
algún tiempo sentía que atender a mi hijo incluso antes de que me pidiera ayuda
era una forma de que él se sintiera querido y valorado. Muchas veces recibía de
su parte negativas a mi comportamiento. Después de varias reflexiones fruto de
un trabajo personal y en Tribu, entendí que era mi niña herida la que necesitaba atención, mirada, presencia. Era mi niña la que encontraba en esos gestos de
“ayuda” una señal de amor y aceptación, pero mi hijo lo que en realidad
necesitaba era que yo le dejara hacer, que respetara su espacio, sus ensayos,
que confiara en él, en su capacidad de gestionarse en el mundo. Hasta que no me
hice cargo de ello no le pude ver, tal y como es. Ahora, le observo desde la
distancia, sutilmente le hago saber que estoy allí, si me necesita, pero es él
quien establece el límite y yo ahora logro verlo y respetarlo.
Este camino, aunque enriquecedor, es complejo y exigente.
Es un viaje que, a mi modo de ver, hace evidente la necesidad de una Tribu. Un
grupo de mujeres y hombres, madres, padres, abuelos, tíos, amigos, vecinos,
educadores, etc..; que dan soporte emocional a los padres y madres para que
éstos, a su vez, puedan estar emocionalmente disponibles para sus hijos e hijas.
No se trata de usurpar el rol de nadie, por el contrario, se trata de sostener
a esos padres y madres, de la manera que lo necesiten, para que se empoderen
como referentes vitales de esos niños y niñas. En la Tribu, nadie aparenta ni
presume de nada, ni ante los pequeños ni ante los adultos. Nos reconocemos como
seres humanos imperfectos con un deseo de crecimiento permanente y como tal,
actuamos en consecuencia. Nos disculpamos cuando nos equivocamos, hablamos y
compartimos desde la propia experiencia, nos esforzamos para no hacer juicios
sobre los otros ni poner etiquetas, respetamos y validamos las emociones de los
demás, o al menos trabajamos para que nuestros hijos e hijas se críen y eduquen
desde la coherencia que proporciona el ejemplo. En casa tengo escrito y pegado en
un lugar visible, una frase que hace algún tiempo compartió en una de mis
tribus, Yvonne Laborda: “Nuestros hijos no hacen lo que decimos, hacen lo que
hacemos”. Que puedo decir, lo vivimos cada día con nuestro hijo, y si por si
acaso se nos olvida él se encarga de recordárnoslo a su padre y a mí: “Mira
mami, como el papi!”, “Papi, así, como la mami!”.
Me parece curioso que el tema de la Tribu cause tanta
controversia en lo que respecta a la pregunta, entonces a quién pertenecen los hijos?
En realidad pertenecen a alguien? Quiero decir, mi hijo es mío, de
mi propiedad, por el hecho de ser yo su madre? Desde que me convertí en madre y
conforme ha ido creciendo mi hijo, se ha ido afianzando en mí la idea de que
nuestros hijos e hijas sólo se pertenecen a sí mismos. Nosotros como padres y
madres, somos el vehículo a través del cual ellos y ellas llegan a este mundo
(en el caso de los padres biológicos) y además, quienes garantizamos las
condiciones para que su ser se desarrolle en bienestar. Alguien podría decir,
bueno pero quién es responsable entonces de esos niños y niñas? la Tribu? Los
padres y madres? El Estado? Ojo, una cosa es la responsabilidad y otra el
sentirse dueño de alguien. En mi opinión, nosotros como padres y madres somos
responsables de proporcionarle a ese niño o niña los recursos emocionales,
materiales y espirituales para que pueda desplegar su ser en el mundo que le
rodea. La Tribu, a mi modo de ver, y como ya lo dije anteriormente, sería
responsable de brindarle sostén a estos padres y madres para que lleven a cabo
esta tarea.
Ahora bien, me parece importante hablar del vínculo entre
nuestros hijos e hijas y la Tribu. Si los miembros de la Tribu tratan a mi hijo
como si fuera un miembro de su familia, yo, sinceramente, me siento afortunada
y agradecida. Considero un privilegio el hecho de que mi hijo tenga otros
adultos que se sienten responsables de su bienestar cuando están con él.
Adultos que velan por su seguridad, que le aceptan tal y como es, que le hacen
sentir querido y valorado, que escuchan sus necesidades. Desde que tenemos
nuestra Tribu, mi pareja y yo nos enriquecemos cada día en la relación con esos
otros niños y niñas, nos damos permiso de conectar con sus necesidades y de
cara a nuestro hijo, nos fortalecemos como padres. El clima de confianza es
inspirador. Crecemos juntos motivados por nuestro deseo de ser los padres y
madres que nuestros hijos necesitan que seamos, siendo conscientes y
reconociendo con humildad, que la felicidad de nuestros hijos e hijas no depende
sólo de nosotros.
Nuestra experiencia nos ha demostrado que criar y educar
en Tribu no deja indiferente a ninguno de los involucrados. Crecemos todos,
cada uno a su ritmo, cada uno haciendo sus propios descubrimientos y
enriqueciéndose con ellos. Nos ha enseñado que algunas cosas que en una
sociedad individualista parecen imposibles, en la Tribu se pueden llevar a
cabo. Las relaciones que se establecen dentro de la Tribu, en mi opinión, se
caracterizan por la honestidad (nadie aparenta lo que no es, porque nos
esforzamos por no hacer juicios sobre nadie), la reciprocidad (nos cuidamos y
sostenemos) y la confianza (se respeta la intimidad y los ritmos de los demás).
Con todo ello no quiero decir que en la Tribu no surjan conflictos ni
enfrentamientos, en lo absoluto. Son parte del día a día, entre grandes y
pequeños, entre los adultos, entre los pequeños. Para mí la diferencia, es que
el conflicto se le ve a la cara, no se maquilla ni se ignora, se le acoge,
conectamos con él aunque nos incomode y entonces buscamos una forma de
solucionarlo y de enriquecernos en el proceso. Criar y educar de este modo,
como veis, implica una realidad emocional muy compleja e intensa, pero para
quienes elegimos este camino, la conexión con nosotros mismos es el punto de partida
para acompañar a nuestros hijos e hijas de forma respetuosa permitiéndoles ser
quienes realmente son y no quien nosotros quisiéramos que fueran.
Estas palabras son un homenaje a mis tribus; mi familia y yo os agradecemos
vuestra presencia, cariño y conexión.
Lina Caicedo